Este título forma parte de la selección NAVE curada por Alan Pauls, la entrega incluye señalador y contenido especial ✨

 

Diario del dinero, de Rosario Bléfari

Yo anotaba mis gastos y también lo que había ganado, pero eran columnas de números que pocas veces volvía a consultar y que cuando lo hacía no entendía qué significaban. Aunque pusiera una fecha o alguna otra referencia para guiarme no era suficiente, al poco tiempo esos datos no me decían nada. Entonces empecé a escribir en prosa, con todo el recorrido del dinero y sus causas y consecuencias: pagué esto y aquello, me pagaron tal cosa y con eso repuse lo que había sacado de allá. Así. Nunca me sirvió para ordenarme ni para hacer un cálculo de algo pero sí me interesó lo de escribir los números, hacer escritura de las cuentas, relatar el debe y el haber. Si las anotaciones habituales no conseguían retener algo del paso del dinero por mi vida, ni siquiera conseguían que pudiera controlarlo, relatarlo sí me permitió observar su presencia como una puntuación, un ritmo. Escribiendo este Diario del dinero me sentí haciendo una inversión. Invertí los términos: gastar es una nueva oportunidad de contar y ganar es perder la vergu¨enza y desnudar cuánto recibo por mis trabajos. Empecé a revisar viejos diarios que no tenían esta intención de antemano y me di cuenta que ahí estaba el mismo ritmo, esa aparición del dinero en medio de todas las experiencias de la amistad, de la familia, del amor, de la música, del cine y de la escritura misma, acompañando el agobio y el alivio de los trabajos y los días. Quise que las entradas estuvieran desordenadas como si un viento hubiese entrado por la ventana y volado las hojas. Y, como si de verdad esto sucediera, que en medio de eso hubiese islas de orden cronológico también. Una forma de contar el dinero que puede servir como materia de análisis para economistas y sociólogos, un registro para que los chismosos revisen o para quien pueda llegar a preguntarse de qué modo sobrevive en este mundo alguien como yo.
Rosario Bléfari

 

Les dejamos dos fragmentos del libro 📚

 

Viernes 14 de abril, 2006

Lavé alguna ropa y la colgué en la terraza. Cociné una tarta. Fumé un cigarrillo. Vi una película. Hablé con Fabio. Jugué con Nina. No me bañé. Escuché los temas. Me bajé un tema de Brian Eno. No copié una cosa en el disco rígido. Publiqué en el Flog la fecha del 22 con la foto de la casa. Casa Zombie. Después de Cromañón, no nos queda otra que tocar en lugares clandestinos, no se publica la dirección. En este caso es la casa de Inés y Pilar que hacen una fiesta y así se disimula que en realidad es una fecha con entrada y todo. A pesar de las circunstancias, lo disfrutamos, es por algo de esta autogestión total, algo que nos une, hay un código, una solidaridad. La otra vez hicimos un monitoreo en vivo –solo imagen– proyectado en la habitación de al lado. El sonido se escuchaba perfecto porque estábamos a pocos metros y resultó un espacio desde el que se podía ver y escuchar, pero también conversar un poco ya que el volumen no era tan alto. Estaba uno de los chicos que fue mi alumno en el Rojas, Nahuel, el de la pulsera cadenita, que se le enredó en el resorte del cuaderno, y yo lo ayudé a liberar.

 

Viernes 15 de septiembre, 1989

La semana pasada estuve en la casa de mis padres, que ahora viven en La Pampa y, revisando papeles y cosas, encontré mis diarios, los que escribí entre los trece y los diecisiete, que abandoné y retomé desde los diecinueve hasta hoy. Los cuadernos que encontré son de cuando te conocí, y todos los días, a partir de ese hecho, en 1979, aparece tu nombre, acompañado de un detallado relato de todo lo sucedido cuando te veía y de plegarias o insultos según la situación. Estas apariciones se extienden hasta que dejé de verlos a todos ustedes. Es decir, a vos, tu hermana, Marcela y Luis, que estaba más alejado en los últimos tiempos. Debido a toda esa relectura, varios días leí sobre vos y pensé mucho. Me volví a preguntar las mismas cosas que nunca entendí en medio de mi ceguera amorosa de adolescente. Como siempre que pienso mucho en alguien, intenté contactarte de alguna manera, y opté por escribirte así, como hablándote. Una vez te escribí una carta, no me acuerdo lo que decía, pero sí me acuerdo de la tuya, de la contestación. Era tal mi veneración que la plastifiqué, con contact. Creo que a partir de ese momento me enamoré de la carta. La mañana en que Vero, tu hermana, me la trajo a la escuela, una compañera me la sacó y la leyó y me dijo que eran mentiras, que era la carta de un farsante. Tomé esa carta como lo único que yo quería y lo único a lo que me atendría. Gracias a mi carta, algo escrito, yo había conseguido lo que parecía imposible: obtener algo tuyo, algo escrito por vos, tocado por vos, pensado por vos, en una de tus hojas de carpeta. Qué más quería. Cada palabra me parecía un juramento, y cualquier signo me hablaba. Había tachaduras que descifré, puntuaciones, errores de ortografía que significaban muchas cosas, datos valiosos para mí, regalos. Me la aprendí de memoria.

Estos días fueron como un paréntesis en mi presente, y me sumergí por completo en esas anotaciones, estudiando todo lo que pasaba entre esos dos chicos de catorce años. No sé si me hubiera acordado tanto de vos, ni sé si te hubiera querido tanto con esa inocencia y fatalismo propio del primer amor, si no hubiera tenido la posibilidad de escribir. Porque nos veíamos muy poco, casi no hablábamos, lo que yo escribía, ese recuento minucioso de hechos ínfimos, de gestos o palabras dichas, y todos mis pensamientos al respecto, eso era lo que construía lo que yo consideraba amor. Y la carta obtenida fue como un trofeo, una prueba viva de nuestra existencia amorosa, provocada, forjada, por la misma escritura.

Diario del dinero - Rosario Bléfari

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Este título forma parte de la selección NAVE curada por Alan Pauls, la entrega incluye señalador y contenido especial ✨

 

Diario del dinero, de Rosario Bléfari

Yo anotaba mis gastos y también lo que había ganado, pero eran columnas de números que pocas veces volvía a consultar y que cuando lo hacía no entendía qué significaban. Aunque pusiera una fecha o alguna otra referencia para guiarme no era suficiente, al poco tiempo esos datos no me decían nada. Entonces empecé a escribir en prosa, con todo el recorrido del dinero y sus causas y consecuencias: pagué esto y aquello, me pagaron tal cosa y con eso repuse lo que había sacado de allá. Así. Nunca me sirvió para ordenarme ni para hacer un cálculo de algo pero sí me interesó lo de escribir los números, hacer escritura de las cuentas, relatar el debe y el haber. Si las anotaciones habituales no conseguían retener algo del paso del dinero por mi vida, ni siquiera conseguían que pudiera controlarlo, relatarlo sí me permitió observar su presencia como una puntuación, un ritmo. Escribiendo este Diario del dinero me sentí haciendo una inversión. Invertí los términos: gastar es una nueva oportunidad de contar y ganar es perder la vergu¨enza y desnudar cuánto recibo por mis trabajos. Empecé a revisar viejos diarios que no tenían esta intención de antemano y me di cuenta que ahí estaba el mismo ritmo, esa aparición del dinero en medio de todas las experiencias de la amistad, de la familia, del amor, de la música, del cine y de la escritura misma, acompañando el agobio y el alivio de los trabajos y los días. Quise que las entradas estuvieran desordenadas como si un viento hubiese entrado por la ventana y volado las hojas. Y, como si de verdad esto sucediera, que en medio de eso hubiese islas de orden cronológico también. Una forma de contar el dinero que puede servir como materia de análisis para economistas y sociólogos, un registro para que los chismosos revisen o para quien pueda llegar a preguntarse de qué modo sobrevive en este mundo alguien como yo.
Rosario Bléfari

 

Les dejamos dos fragmentos del libro 📚

 

Viernes 14 de abril, 2006

Lavé alguna ropa y la colgué en la terraza. Cociné una tarta. Fumé un cigarrillo. Vi una película. Hablé con Fabio. Jugué con Nina. No me bañé. Escuché los temas. Me bajé un tema de Brian Eno. No copié una cosa en el disco rígido. Publiqué en el Flog la fecha del 22 con la foto de la casa. Casa Zombie. Después de Cromañón, no nos queda otra que tocar en lugares clandestinos, no se publica la dirección. En este caso es la casa de Inés y Pilar que hacen una fiesta y así se disimula que en realidad es una fecha con entrada y todo. A pesar de las circunstancias, lo disfrutamos, es por algo de esta autogestión total, algo que nos une, hay un código, una solidaridad. La otra vez hicimos un monitoreo en vivo –solo imagen– proyectado en la habitación de al lado. El sonido se escuchaba perfecto porque estábamos a pocos metros y resultó un espacio desde el que se podía ver y escuchar, pero también conversar un poco ya que el volumen no era tan alto. Estaba uno de los chicos que fue mi alumno en el Rojas, Nahuel, el de la pulsera cadenita, que se le enredó en el resorte del cuaderno, y yo lo ayudé a liberar.

 

Viernes 15 de septiembre, 1989

La semana pasada estuve en la casa de mis padres, que ahora viven en La Pampa y, revisando papeles y cosas, encontré mis diarios, los que escribí entre los trece y los diecisiete, que abandoné y retomé desde los diecinueve hasta hoy. Los cuadernos que encontré son de cuando te conocí, y todos los días, a partir de ese hecho, en 1979, aparece tu nombre, acompañado de un detallado relato de todo lo sucedido cuando te veía y de plegarias o insultos según la situación. Estas apariciones se extienden hasta que dejé de verlos a todos ustedes. Es decir, a vos, tu hermana, Marcela y Luis, que estaba más alejado en los últimos tiempos. Debido a toda esa relectura, varios días leí sobre vos y pensé mucho. Me volví a preguntar las mismas cosas que nunca entendí en medio de mi ceguera amorosa de adolescente. Como siempre que pienso mucho en alguien, intenté contactarte de alguna manera, y opté por escribirte así, como hablándote. Una vez te escribí una carta, no me acuerdo lo que decía, pero sí me acuerdo de la tuya, de la contestación. Era tal mi veneración que la plastifiqué, con contact. Creo que a partir de ese momento me enamoré de la carta. La mañana en que Vero, tu hermana, me la trajo a la escuela, una compañera me la sacó y la leyó y me dijo que eran mentiras, que era la carta de un farsante. Tomé esa carta como lo único que yo quería y lo único a lo que me atendría. Gracias a mi carta, algo escrito, yo había conseguido lo que parecía imposible: obtener algo tuyo, algo escrito por vos, tocado por vos, pensado por vos, en una de tus hojas de carpeta. Qué más quería. Cada palabra me parecía un juramento, y cualquier signo me hablaba. Había tachaduras que descifré, puntuaciones, errores de ortografía que significaban muchas cosas, datos valiosos para mí, regalos. Me la aprendí de memoria.

Estos días fueron como un paréntesis en mi presente, y me sumergí por completo en esas anotaciones, estudiando todo lo que pasaba entre esos dos chicos de catorce años. No sé si me hubiera acordado tanto de vos, ni sé si te hubiera querido tanto con esa inocencia y fatalismo propio del primer amor, si no hubiera tenido la posibilidad de escribir. Porque nos veíamos muy poco, casi no hablábamos, lo que yo escribía, ese recuento minucioso de hechos ínfimos, de gestos o palabras dichas, y todos mis pensamientos al respecto, eso era lo que construía lo que yo consideraba amor. Y la carta obtenida fue como un trofeo, una prueba viva de nuestra existencia amorosa, provocada, forjada, por la misma escritura.